Pablo, el arrepentimiento
por tus bramidos más hoscos,
que antes se hacía en el kiosko,
lo has hecho en el Parlamento,
y en tan singular momento,
que no veo nada raro,
has puesto coto al descaro
propio de tu juventud,
pues, al cabo, mira tú,
¡todos pasáis por el aro!
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