En pleno tsunamí vírico
me capisco a simple vista
que la plebe periodista
exhibe un babeo empírico
y un catastrofismo lírico
por subrayar malas nuevas
y, ¡vive Dios!, se comprueba
tan recurrente adicción
en el duelo y aflicción
del oyente de la gleba,
que, frito ante tanto mal,
cambia raudo de canal.
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